Ahí estaba, tratando de poner en práctica lo estudiado sobre “Buen Café”. Sacaba recipientes y los acomodaba por orden de uso, lo cual hizo recordar su recetario “Las Mejoras Recetas Internacionales”, lo que produjo una desesperanza total dadas las experiencias anteriores con recetas que hacía tal cual describía, y las cuales nunca quedaban como en la fotografía.
Por eso decidió llamar a su madre y pedirle la receta de “Como lo hacen en el pueblo”.
Lo que la llevó a guardar las otras cosas, sacar la olla de barro, ponerle agua de la llave (indicación precisa), agregarle un trozo de canela y azúcar (al tanteo), ponerla al fuego, que hierva como cinco minutos, después se apaga y se le pone el café de grano (también al tanteo, porque le dijo su madre –Las cosas en el pueblo se hacen al tanteo-), después se tapa y deja reposar como diez minutos para que se asiente, y ya con eso no se necesita colar.
Cuando destapó la olla se dio cuenta de lo diferente que iba a ser ese café. Se sirvió en una taza de barro (su madre le había dicho que de preferencia) y, bebió… una sensación extraña que mezclaba gratificación, placer, recuerdos y nostalgia la hizo cerrar los ojos y suspirar.
Fue tan de su agrado el café que los sorbos los detenía en su boca, los hacía recorrer todas las partes, los pasaba y… tomaba nuevamente.
Así bebía y bebía hasta llenar nuevamente la taza.
Cuando se dio cuenta de que ya mero se lo terminaba decidió dejarlo.
Al día siguiente hizo más, lo mezcló con el del día anterior y… el café le supo más bueno.
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